miércoles, 9 de septiembre de 2015

Cuento "kafkiano". Lucas Zyszkowicz


La cárcel de la libertad

En la cárcel todo es oscuro, cada tanto entra quizá tres o cuatro rayos de sol por la ventana tan ordinaria. Miro por aquella cuando busco acordarme de lo que significa ser libre. Cómo tres o cuatros rayos de sol entran en libertad en este cuadrado de nueve metros cuadrados de absoluta oscuridad. Mientras el resto está consumido por el cuerpo de hombres, mujeres y niños, sometidos a la ley dorada de una típico verano caluroso. En esta temporada los niños y adolescentes son los mas alegres , quizá porque no tienen... o mejor dicho no deben levantarse temprano, no están obligados por sus padres o ninguna otra autoridad a estudiar o aprender  lo que ellos encuentran como un castigo no debido, a ponerse en esa prenda tan incómoda y fea. La mente humana está correspondida con la negación y la rutina. El nacer es una cuenta regresiva a morir, el viernes aliviador es una cuenta regresiva a un lunes agobiado, o un diciembre vacacional es una cuenta regresiva a un marzo escolar. En el transcurso del principio al fin, está todo planificado. Naces, estudias, trabajas, formas o no una familia, tenes tu casa, tus objetos más preciados, vivís como podes o queres y fin del viaje. Los viernes ya sabes que algo vas a hacer, salir con amigos, con tu pareja, con tu familia o quedarte solo en tu casa. Por último, en diciembre la mayoría de las persona sabe perfectamente qué cosas va a hacer, no sabe el cuándo porque eso se lo dejan al tiempo, pero sí el qué. Es más, la pregunta sería: "¿Qué cosas no van a hacer?" . Entonces, al fin y al cabo, el colegio, la vida, el fin de semana, las vacaciones y todo, no son tan distintos como lo creen. Por ejemplo, en verano existe la ropa típica: el short, la remera de manga cortas y unas zapatillas sencillas. Existe la autoridad: el tiempo libre sometiendo a las personas a seguir la regla de la diversión finita. Se puede decir que el ser humano es esclavo de sí mismo, cada uno limita su radio de libertad. Pero no crean que limito mi libertad al estar en este cuadrado. El estar en esta celda, con esta prenda y en este tiempo lo elegí yo, ningún juez, ningún tribunal ni nadie mas que yo. Soy libre, decido hacer o no las cosas por mí mismo, sin basarme en unas vacaciones, un fin de semana o en la vida misma. El tiempo está en mi mente, como el qué, el cómo y el dónde. Puedo estar en una infraestructura que limita mi espacio físico pero no mental. Jamás tendrán el poder de modificar los cuatros items que mencione antes, porque soy libre. La libertad se encuentra en cada uno, pero la sociedad prefiere aquellas autoridades y uniformes que los mantiene presos en una celda de distracción. Toda mi vida la viví y la vivo en libertad. No voy a encontrar más libertad de la hallada en este mundo, por eso decido ir de viaje a un mundo donde la autoridad es mi libertad y los uniformes son como yo quiero, para ser así... preso de mi libertad.

Cuento con imágenes. Lucas Zyszkowicz Gabriel Vicondoa


Un fruto mortal
Se trataba de un hombre, el cual caminaba por la vida sin sentido. No se dedicaba a vivir, solamente a sobrevivir, quizá por su poca fuerza de voluntad, yendo de refugio en refugio, comiendo lo que encontrase o consiguiera que le den por ahí. Su pesimismo era producido por la pérdida de seres amados y sus constantes regresos fantasmagóricos.
Llegó a un reino, sin muchas expectativas, en busca de algo que calmara su hambre, aunque sea solo por un rato. No pudo conseguir nada, el sol caía, la luna se hacía más visible y un viento empezaba a levantarse con bastante fuerza. Un señor, de aspecto muy sencillo, vio al pobre hombre en medio de lo que era un principio de tormenta y decidió ofrecerle un techo para que descanse. De forma muy agradecida este aceptó. No sabía quién era pero dedujo que por su vestimenta, zapatos y manos que no se trataba más que un simple trabajador. Llegando a la casa el dueño se había olvidado de ir a buscar una bolsa de frutos que le había preparado un amigo suyo para que pudiera comer esta noche, sin dudarlo el hambriento se ofreció en búsqueda de estos antes de que el fenómeno temporal empiece su ciclo de indefinido tiempo. El hombre le indicó de forma rápida, y sin tiempo que perder este salió corriendo. Tenía un tiempo de veinte minutos entre ida y vuelta. A los cinco minutos de emprender viaje hacia el rescate de la cena, se levantó una terrible tormenta acompañada por remolinos chicos de arena y un viento que a su vez acortaba la visibilidad del camino. El hombre siguió corriendo, sin importar los granos de arenas entrando en sus ojos volviendolos “achinados”, el sabor salado que yacía de su boca y lo rasposo que sentía su cara. Pero al cabo de otros cinco minutos la tormenta ya había finalizado, el hombre se dio cuenta de que se había perdido, no sabía donde se encontraba. Decidió tomar una pausa para descansar, la falta de fuerzas ante la ausencia de alimentos ya se hacía notar en el cuerpo de aquel hambre. Cerró los ojos, se le vino a la mente imágenes de él con su familia acompañada por un gran banquete real. De repente, esas imágenes fueron desvanecidas ante el contacto físico de un extraño que le punteaba el brazo con la punta de su zapato como quien despierta a un vago tirado en suelo emborrachado. El extraño le preguntó, qué hacía tirado en el piso y por qué había salido con semejante tormenta. Él le respondió con una voz muy débil, que había salido en busca de un señor que tenía una bolsa de frutos para un reciente amigo suyo con el que iban a cenar en su casa. Si existen las coincidencias estas fue una de ellas, porque aquel desconocido justamente era a la persona que buscaba. Lo llevó hasta la casa, sacó de su vasija la bolsa de frutos y uno aparte. Le dijo que le mandara saludos a su querido amigo y como gesto de gentileza le dio un fruto para que vaya comiendo en su regreso. El hombre le dio las gracias y se despidió, dando la vuelta. Sin tiempo de espera le dio el primer mordisco a aquel fruto tan deseado. Pero de pronto aparecieron devuelta esos pensamientos , y en lo que restaba de tiempo no pudo parar de pensar en aquellas imágenes que se le habían presentado en la mente. De repente aparecieron otras imágenes de ellos cuatros siendo enterrados, en sus funerales. Murieron a causa de una epidemia producida por frutos contaminados, junto a muchas otras personas más del pueblo donde vivía. El hombre con cara de tristeza mezclada de melancolía llegó a su destino, tocó la puerta y le entregó la bolsa. El anfitrión notó su tristeza y lo hizo pasar acompañado con un par de palmadas en la espalda como quien consuela a un bebé llorando. Se llevó a cabo la cena, en un casi silencio de no ser por el ruido de los mordiscos tan desesperantes. Llegó la hora de dormir, el trabajador le cedió uno de sus dos colchones y una frazada con algunos agujeros, pero abrigada, a su invitado para que pudiera pasar la noche. Se apagaron las luces, la noche se envolvía en un silencio absoluto  y una mente intranquila donde todavía la tormenta no había finalizado. El hombre ya no aguantaba el constante recuerdo de aquellas imágenes acompañadas por ese dolor e impotencia tan intoxicante. A la mañana siguiente no alcanzó la punteadas del zapato de aquel trabajador para despertar a su invitado. Él ya se había ido, murió intoxicado a causa de aquellos frutos. No fue en sí el fruto lo que lo mató sino algo más abstracto. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

  El Solitario amargado

La tormenta había estado en curso durante la noche y las velas de las casas no habían iluminado por el viento que las había apagado. El muchacho de ropa agujereada había estado tirado en la cama prestada, no se había podido levantar y la punta de un zapato despertador no había cumplido con su cometido. El muchacho moribundo había sido una persona que había llegado hace poco tiempo al reino, en busca de comida. No había tenido familia, amigos, nada, para el momento de su defunción. Solo le había quedado un poco de voluntad, y esa ropa deshilachada y aireada. Según lo que habían dicho las personas de aquel reino, la muerte se había producido por comer un fruto en malas condiciones. Sin embargo, no había sido el fruto. Cuando nació tenía familia, amigos, comida, ropa, todo. Pero había sido el Tiempo el encargado de transformar el camino de aquel recién nacido en un desastre absoluto, como había sido su muerte. En el reino se había hecho un conocido, quien le ofreció techo, una cama y comida a cambio de horas de trabajo. Había estado sobreviviendo así, desde hace bastante tiempo luego de aquel día tan catastrófico que lo había marcado para siempre.  
Horas antes de su fallecimiento le había tocado un trabajo ordinario. Había tenido que ir a lo de un viejo conocido de su anfitrión para buscar una bolsa de frutos que había sido su última cena. Había caído el atardecer, la lluvia había comenzado y él ya había salido para enfrentar su inesperado destino. La lluvia se había convertido en una fuerte tormenta y el viento había levantado toda la arena de los costados del camino. El hombre había seguido pero la arena en los ojos le había borrado la vista, impidiendo que continuara. Había pasado una hora hasta que el fenómeno temporal le había permitido seguir con su cometido. Se había perdido entre tanto revuelto de arena. Pese a esto, había seguido caminando hasta que decidió preguntarle a un señor de aspecto trabajador donde había podido encontrar al amigo de su jefe. Sin embargo, no había hecho falta una respuesta. Aquel hombre había sido su persona a localizar. El hombre le había dado dicha bolsa llena de frutos y otro en mano, así había podido comer algo en el viaje de vuelta a "casa". Ya había aparecido la luna nocturna. En el camino, unas imágenes habían aparecido en la mente de él mientras había estado disfrutando de su rico alimento. Imágenes de cuatro personas, al principio habían estado en un banquete, incluyéndose, disfrutando de un día soleado en familia. Seguido a esto, había pasado de imagen y en está se había encontrado con las mismas personas, mismo banquete, mismo día pero todo esto se había encontrado en estado de putrefacción, exceptuando a él. Pero las imágenes se habían desvanecido y el destino final había sido encontrado. El anfitrión había salido a la puerta para abrirle y recoger la cena. Ambos habían disfrutado la cena, aquellos frutos habían estado ricos para el paladar aunque para la mente del solitario habían estado bastante "amargos", no obstante, esa había sido la última vez que aquel hombre había sentido algo.
Reescritura: Lucas Zyszkowicz

sábado, 5 de septiembre de 2015

Agustina Kafkiana

                              Teniente Jorge


Allí, en un lugar  robusto y verde, lleno de árboles y pájaros, infinidad natural, se encontraba el teniente Jorge. No sabía cómo había aparecido en ese lugar, el único recuerdo que tenía era que estaba con los sargentos organizando un plan de ataque siniestro a las costas de California y que se sentía vacío por la ausencia de su esposa, a la cual él solía hostigar ferozmente. La brújula no funcionaba, los relojes estaban parados, no tenía nadie alrededor, simplemente animales salvajes. Entre la desesperación de estar en un ‘’no se sabe dónde’’ y la necesidad de tener a Esther a su lado decidió dormirse. Sus sueños fueron tan vacíos que al despertar su dolor era más intenso. Trató de recordar esas escenas románticas y eróticas  que había vivido con su amada, pero el atormento lo hizo llorar. Caminó, se topó con bichos de colores vibrantes, formas ovaladas, pintas color rosa y gigantes. Pero uno en particular le llamó la atención. Era de metal. Metal, sí. Volaba como todos los demás pero llevaba en su ala derecha la insignia ‘’Satisfecho’’ grabada y un engranaje complejo que hacía mover sus patitas de manera simultánea. Lo guardó en una hoja de sauce, y la dejó en el bolsillo de su traje de tal manera que este pudiera respirar y cuando logró conseguir un árbol ahuecado dónde refugiarse, lo sacó del saco y lo observó. Parecía un amigo. Tenía algo que todas esas personas que atravesaron su vida no tenían, pero a su vez cargaba ese dolor inminente, tal cual el que le había dejado Esther.  Pasó horas disfrutando su compañía, emparchando su dolor, deleitando y gozándolo. Llegó a ser feliz, tan feliz que parecía que ese mundo selvático con ese ser color plateado era el lugar donde siempre tendría que haber estado. A la octava mañana, el teniente sintió un dolor, no emocional, sino físico. Buscó comida, algo, lo que sea para saciar esa famélica sensación. Sin pensarlo, de un bocado, tragó a ese preciado bicho. Al hacerlo, desmayó y volvió a despertar, en su casa, con su esposa, él,  dispuesto a darle todo el amor del mundo y con los sargentos, organizando un plan para la paz mundial.
Agustina Clara Montañez

viernes, 4 de septiembre de 2015

Tomás Villella- cuento "a la manera de Kafka"

                                                                 El Circulo Inexpugnable                                                                                
Siendo arrastrado, tomado de los brazos por dos personas que lo movían sobre el piso sin ninguna piedad, con la sensación de asfixia, la visión completamente nula  y con la mínima fuerza de un hombre que había sido golpeado. El ingeniero no tenia la menor idea de donde se encontraba ni porqué; lo único que destacaba del lugar era el repugnante olor y el gran barullo de muchos hombres quejándose y gritándole a él o a los hombres que lo transportaban. Al terminar el recorrido y frenarse, le sacaron bruscamente de la cabeza la bolsa de  tela que lo tenia ahogado y sus ojos se entrecerraron, negándole la entrada a la nueva luz tan brillante que golpeaba su cara fuertemente. Mientras intentaba razonar donde se encontraba un fuerte dolor en la espalda lo impulsó hacia adelante y  el sonido de una reja deslizándose lo dejó encerrado en este espacio reducido cubierto por paredes blancas y vacías. 
  Ya con noción de si mismo dedujo que se encontraba en una cárcel con las paredes desgastadas, los barrotes de la reja oxidados, el piso frío y una luz enceguecedora que provenía de una ventana, justo enfrente de su ubicación y con barrotes mas finos de apariencia débil. Pasaron varios días y las pocas personas con las que tenia contacto no  le daban explicación de en que cárcel se encontraba, ni cuanto tiempo estaría o cual era su condena. La desesperación y la claustrofobia que provocaba ese lugar no lo llevaron a otra mejor idea que la  de escaparse de ese horrible sitio sea como sea. 
Todo estaba en su cabeza, tenia todos los datos necesarios para huir sin ser detectado de ninguna manera. En un principio era sencillo pasar los barrotes que lo contenían dentro de su celda pero le temía a estos guardias que parecía que no sacaban los ojos de encima y lo vigilaban mas tiempo que a los demás. Con sus extraños uniformes y armamento caminaban por los pasillos controlando que todos los prisioneros mantuvieran la calma. Estos hombres le llamaban la atención a cualquier recluso  en un tono fuerte y en un idioma imposible de entender o reconocer. Solo había un momento en que estos estrictos hombres los perdían de vista y era en el cambio de turno a las doce del mediodía. A esa hor el ingeniero decidió  que ejecutaría su plan. 
   Al día siguiente el ingeniero miraba atentamente esperando a que llegara el momento. En un instante el hombre armado da la vuelta y se dirige hacia la puerta dejando el pasillo libre y su oportunidad de escaparse. El ingeniero comenzó a destornillar algunas bisagras y golpear en lugares  donde el barrote era completamente frágil. Logró abrir su celda y una fuerte alarma lo ensordeció pero no lo detuvo. Comenzó a correr hacia la ventana y esta blanca luz lo enceguecía nuevamente pero bastó con taparse para continuar su camino. Estaba por llegar pero un disparo en su pierna lo hizo caer y su cabeza golp fuertemente contra la pared dejándolo inconsciente sobre el suelo. Siendo arrastrado, tomado de los brazos por dos personas que lo movían sobre el piso sin ninguna piedad, con la sensación de asfixia, la visión completamente nula  y con la mínima fuerza de un hombre que había sido golpeado. El ingeniero no tenia la menor idea de donde se encontraba ni porqué... 

martes, 1 de septiembre de 2015

Me acostumbré: Sofía Vera

Otra vez levantándome por sus gritos.
Estoy "dormida" y escucho.
No me muevo, no emito sonido alguno.
Sólo escucho.
Discuten, gritan, todo por un estúpido y absurdo celular.
Pero claro.. ¿cómo no?
Ella es irresponsable, manipuladora, maltratadora y no entendía que lo que estaba haciendo, no le hacía bien a ninguna.
De alguna manera se lo tenía que sacar.
Yo sigo escuchando. Abro un poco los ojos y en unos segundos alguien prende la luz.
Los cierro.
Siguen discutiendo.
No las aguanto más.
Quiero desaparecer.
Por lo menos por un tiempo, hasta que la pelea termine.
Salen del cuarto y dejan la luz prendida.
La apago e intento volver a dormir.
Pero no lo logro.
Porque lo que escucho no me gusta.
Están en el pasillo (lo sé por el eco que generan sus voces).
Están peleando.
Pero esta vez, además de ser verbal, es físico.
Oigo sus respiraciones agitadas y el volumen de la voz va aumentando.
Ella entra al cuarto y prende la luz.
Abre y cierra cajones.
Se está cambiando.
Sale del cuarto y deja la luz prendida nuevamente.
Me llama mi mamá pidiéndome ayuda.
Voy hasta donde se encuentran.
Mi hermana se niega a darle la cartera a mi mamá (la cual tiene todas sus cosas, incluyendo las llaves de casa).
Se mueven de un costado a otro.
Mamá intentando agarrar su cartera y mi hermana bloqueándola para que no la consiga.
Me siento en el sillón porque no hay contacto físico.
Así que decido observar.
Siguen discutiendo.
Y me nombra, pero no exactamente con un nombre, sino con un insulto, pero no le digo nada.
Me quedo mirando un punto fijo.
Voy al cuarto porque ya no hay nada que hacer.
Apago la luz y entro a la cama (sabiendo que no voy a poder dormir).
Mi hermana entra al cuarto y pone brutalmente su mochila en mis pies.
¿Qué le hice yo? Toda su vida defendiéndola, ayudándola, ocultando cosas por ella.
Ya sé que poner la mochila de ese modo no es algo grave, pero eso fue la gota que rebalsó el vaso.
No le hice nada ¿Por qué tiene que hacer eso?
Decido patearla.
Sé que ella va a hacer algo así que pongo el brazo y logro parar su golpe.
La empujo y empezamos a pelear.
Nos tiramos del pelo, nos pegamos.
Cuando ella se está "recuperando", le saco las llaves y se las devuelvo a mamá.
Nos agarramos otra vez.
Vuelven los golpes, las tironeadas de pelo, los insultos y los rasguños.
Pero la pelea dura poco, ya que la dejo en el piso y vuelvo a la cama.
Antes de irse, me tira un frasco de vidrio. Pero no lo tira con la fuerza necesaria como para lastimarme.
Cuando sale, suspiro y largo una risita.
Hace mucho tiempo deseaba hacer eso: enfrentarme con ella.
Mi cuerpo está lleno de adrenalina.
Sé que no va a volver.
Me paro, apago la luz (perdiendo la cuenta de cuantas veces lo hice) y vuelvo a la cama.
Agarro el celular y pongo música para poder dormir.
Me tapo con la sábana y me acomodo la almohada.
Al apoyar la cabeza, sonrío.
Cierro los ojos. Pero los abro.
Porque se me hace imposible dormir.
Así que acá estoy. Escribiendo.
Con la tele prendida y la luz apagada.
Supongo que en algún momento me dormiré.
Al menos que pase otra cosa.