sábado, 5 de septiembre de 2015

Agustina Kafkiana

                              Teniente Jorge


Allí, en un lugar  robusto y verde, lleno de árboles y pájaros, infinidad natural, se encontraba el teniente Jorge. No sabía cómo había aparecido en ese lugar, el único recuerdo que tenía era que estaba con los sargentos organizando un plan de ataque siniestro a las costas de California y que se sentía vacío por la ausencia de su esposa, a la cual él solía hostigar ferozmente. La brújula no funcionaba, los relojes estaban parados, no tenía nadie alrededor, simplemente animales salvajes. Entre la desesperación de estar en un ‘’no se sabe dónde’’ y la necesidad de tener a Esther a su lado decidió dormirse. Sus sueños fueron tan vacíos que al despertar su dolor era más intenso. Trató de recordar esas escenas románticas y eróticas  que había vivido con su amada, pero el atormento lo hizo llorar. Caminó, se topó con bichos de colores vibrantes, formas ovaladas, pintas color rosa y gigantes. Pero uno en particular le llamó la atención. Era de metal. Metal, sí. Volaba como todos los demás pero llevaba en su ala derecha la insignia ‘’Satisfecho’’ grabada y un engranaje complejo que hacía mover sus patitas de manera simultánea. Lo guardó en una hoja de sauce, y la dejó en el bolsillo de su traje de tal manera que este pudiera respirar y cuando logró conseguir un árbol ahuecado dónde refugiarse, lo sacó del saco y lo observó. Parecía un amigo. Tenía algo que todas esas personas que atravesaron su vida no tenían, pero a su vez cargaba ese dolor inminente, tal cual el que le había dejado Esther.  Pasó horas disfrutando su compañía, emparchando su dolor, deleitando y gozándolo. Llegó a ser feliz, tan feliz que parecía que ese mundo selvático con ese ser color plateado era el lugar donde siempre tendría que haber estado. A la octava mañana, el teniente sintió un dolor, no emocional, sino físico. Buscó comida, algo, lo que sea para saciar esa famélica sensación. Sin pensarlo, de un bocado, tragó a ese preciado bicho. Al hacerlo, desmayó y volvió a despertar, en su casa, con su esposa, él,  dispuesto a darle todo el amor del mundo y con los sargentos, organizando un plan para la paz mundial.
Agustina Clara Montañez

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