viernes, 15 de mayo de 2015

Trabajo Individual Alanis Borrego


Más allá de un deseo:
Emocionada por el trabajo que le habían dado en la escuela, Lucía comenzó a investigar. Observaba atenta a aquellos animales que vivían bajo el agua. Le llamaba la atención el hecho de que puedan flotar en el agua, ya que era semejante a volar. Pasaba horas leyendo y leyendo historias relacionadas a los peces. Desde ese momento, su atención se había focalizado sólo en ellos.
 Con esmero, comenzó el trabajo. Se la pasaba observando diferentes tipos de peces, iba a acuarios a contemplar sus movimientos y colores que miraba sorprendida. Durante los veranos, pasaba más tiempo en la playa, en el mar, que en su casa. Quería aprovechar cada oportunidad que tuviera para estar en contacto con ellos; hasta logró que su madre, Julia, le comprase uno pequeño color naranja, al que nombró Felipe.
Cada tarde que pasaba en la playa, recogía pequeños caracoles que la mantenían en contacto con la naturaleza del lugar ya que no podía quedarse eternamente en ese sitio paradisíaco. En su casa, los limpiaba cuidadosamente y luego escuchaba a través de ellos los sonidos similares a las olas que chocaban con la orilla. Eso era una de las pequeñas cosas que le encantaba hacer. Le brindaban paz y la hacía sentir en casa.
 En una tarde con llovizna, Lucía se encontraba en casa a causa de esta y no sabía qué hacer: daba vueltas y vueltas alrededor de su habitación, retrataba a su mascota usando diferentes materiales, hasta que, finalmente, observó bien a Felipe en su pecera, tan solo y frágil ahí dentro, y se sintió mal por él. Por lo que decidió que tenía que liberarlo, lo que la llevó a tomar la decisión de, al verano siguiente, visitar la playa más cercana: Cayo Coco.
Logró convencer a su familia de vacacionar en dicha playa y el 31 de diciembre emprendieron juntos el viaje, para comenzar el año allí. El 4 de enero, decidió que era el momento de darle a su pez la vida libre que merecía, así que a la mañana, después de  desayunar, la niña corrió hacia la costa con su pez en una pequeña bolsa con un poco de agua. Se metió en el mar y no paró de avanzar hasta llegar a un lugar en el que sus piecitos no tocaran el fondo. No fue muy lejos de la orilla, ya que a la edad de 8 años solo media 1 metro y 30 centímetros. Una vez allí, dejó que su ex mascota tenga contacto con el océano y, fue en ese entonces, cuando por primera vez lloró. Y no por tristeza, sino por la felicidad que le producía saber que había ayudado a que un ser viva una vida más feliz, tal vez. Cuando el pez desapareció en la profundidad, decidió no irse aún. Quería disfrutar un tiempo más de ese espacio en el que estaba y de la perfección del momento: el agua estaba tibia, el sol no era muy fuerte y el cielo estaba totalmente despejado; Lucía sentía que estaba en su hogar, que a pesar de que amaba a su padre y madre, ese era su lugar en el mundo, que prefería vivir allí más que en ningún lugar, se sentía libre, feliz, calma, plena.
Su alma era feliz. Luego de unos 30 minutos, no pudo creer lo que veía: un delfín se le acercaba. Una sonrisa se dibujó en su rostro, esos le parecían unos animales increíbles, no solo por su belleza física, sino por la inteligencia y destreza que poseían. Trató de no moverse mucho para no espantarlo, pero este empezó a juguetear a su alrededor. A hacer piruetas y sonidos graciosos. La niña no pudo evitar reírse y, en cuanto tuvo oportunidad, lo abrazó y besó, y deseó que ese momento jamás termine. Nunca en su corta vida había sido tan feliz.
Al regresar de sus vacaciones, Lucía y su anhelo de querer vivir en el océano y ser parte de la vida de los peces era cada vez más grande, solo pasaba las tardes oyendo a través de sus caracoles, y recordando lo feliz que fue esos últimos meses. Sus padres, al notar su amor hacia el mundo marino, le habían prometido que nuevamente iban a realizar sus vacaciones en Cayo Coco, y al paso de los días, semanas y meses, Lucía, esperaba ansiosa por la llegada de aquel día, y llegó.
Con la idea de visitar a Felipe, corrió hacia la orilla lo más rápido que pudo, miró el cielo celeste que se mezclaba con el más allá del océano, respiro profundamente, el agua tocó sus pies y, lentamente, sintió cómo éstos se convertían en una pequeña cola con escamas, como la de un pez. Sus ojos se iluminaron, su corazón latió más rápido que nunca, su deseo mas pedido se volvió realidad. Ahora su piel tenía una tonalidad entre rosa y rojo, ésta brillaba según cómo se reflejara la luz en ella y era muy suave.
Cuando quiso darse cuenta, ya no estaba en la orilla, sino que se encontraba a más de 300 metros de profundidad, sintiendo su alma llena, tuvo la sensación más hermosa que alguien puede tener. Sintió la libertad.

1 comentario:

  1. Alanis: si bien construís una buena historia, no logra conmover como podría porque los hechos se presentan de tal manera que resultan muy previsibles y un tanto inverosímiles por la facilidad con que se resuelven y rompen la lógica de lo real. Sin embargo, la dificultad más que en la historia está en cómo la narrás: en el comienzo se ve al personaje ocupada en un trabajo escolar y de pronto, aparece de vacaciones. No actúa ni piensa como una niña de siete años. ¿Nadie la observa mientras está a orillas del mar jugando con un delfín? ¿Alcanza con su deseo para transformarse en pez?
    El narrador habla sobre lo que sucedió o sucede pero no hace que los hechos sucedan. Decir no es narrar. Repensar qué hace que el "cómo" se cuenta sea tan importante como la historia, contada. ¿Cómo elaborás lo literario, con qué recursos?
    Rever tiempos verbales, puntuación, vocabulario y ortografía.
    Nota: 6

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