LA MANZANA
Un hermoso manzano repleto de frutos
frescos. Al lado, una vieja escalera de madera de pino. Y en ella, Anabel,
subiendo escalón por escalón, con sumo cuidado y tranquilidad, en busca de esa
manzana tan roja y tan bella que acapara su atención.
Cuando yo era más joven, evocaba este
recuerdo todo el tiempo; me fascinaba la manera en la que Anabel escogía las
manzanas con tal delicadeza, me encantaba observarla subiendo y bajando esa
escalera, con sus pasos tan delicados y movimientos encantadores. Me esforzaba
por mantener ese recuerdo vívido en mi mente por miedo a perderlo. Pero dejé de
evocarlo hace ya muchos años, ya no necesito hacerlo; viene hacia mí una y otra
vez, sin esfuerzos, en sueños, en pensamientos y en sensaciones.
Anabel y yo nos conocimos en la primavera
del año 1974, ella tenía 15 años, yo 21. Nuestros padres eran socios, tenían
juntos una empresa metalúrgica y por ese motivo, mis padres y yo íbamos muy
seguido a la casa de Anabel. Mientras los mayores arreglaban negocios, nosotros
nos escabullíamos al jardín, nos sentábamos cerca del manzano y mirábamos al
cielo, hablábamos de los misterios de la vida, nos contábamos nuestros secretos
más profundos y nos besábamos hasta quedarnos sin aire. Hacia el final de la
visita, ella cogía de su manzano la fruta más fresca y me la regalaba. Estábamos
muy enamorados, de una manera intensa y frenética, de la misma manera en la que
dos adolescentes se enamoran por primera vez, como si no tuvieran nada que
perder.
Anabel lo era todo para mí, me pasaba las
noches desvelado pensando en ella, en la forma en que su cabello oscuro caía
por sus hombros como una llovizna, en sus delgadas y largas piernas, un su piel
tan suave como la seda y tan blanca como la nieve, en sus ojos negros y mirada
inocente, en todo, cada partícula de ella. Y cuando por fin lograba dormir, los
sueños que venían a mi eran tan dulces como ella, llenos de su esencia.
Los siguientes 3 meses fueron muy felices
pero esa felicidad pronto se derrumbó cuando en el verano de 1975 me enteré que
Anabel había muerto en un accidente. Esto dejó en mí una herida tan profunda
que me perseguiría hasta el fin de mis días.
Incluso ahora, 20 años después del hecho,
mi corazón aún da un vuelco cada vez que veo una manzana tan roja como las que
ella solía darme, reviviendo mis miedos y penas de esa herida no curada. Y una
vez más vuelve hacia mí el recuerdo. La manzana, mi fruta prohibida, mi Anabel.
Clara: si bien no hay conflicto ni tensión y los hechos se presentan de manera que resultan muy previsibles, escribís un muy buen texto, con algunas imágenes muy bonitas y sensibles.
ResponderEliminarCreo que entre el narrador y Anabel debería acortarse la diferencia de edad. Los 21 simbolizan la entrada a la adultez, el fin de la adolescencia. En 1975 la adolescencia, además, duraba mucho menos que en la actualidad.
¡Muy buen trabajo!
Nota: 8