sábado, 16 de mayo de 2015

Trabajo Individual de Clara Laurito



LA MANZANA

Un hermoso manzano repleto de frutos frescos. Al lado, una vieja escalera de madera de pino. Y en ella, Anabel, subiendo escalón por escalón, con sumo cuidado y tranquilidad, en busca de esa manzana tan roja y tan bella que acapara su atención.
Cuando yo era más joven, evocaba este recuerdo todo el tiempo; me fascinaba la manera en la que Anabel escogía las manzanas con tal delicadeza, me encantaba observarla subiendo y bajando esa escalera, con sus pasos tan delicados y movimientos encantadores. Me esforzaba por mantener ese recuerdo vívido en mi mente por miedo a perderlo. Pero dejé de evocarlo hace ya muchos años, ya no necesito hacerlo; viene hacia mí una y otra vez, sin esfuerzos, en sueños, en pensamientos y en sensaciones.

Anabel y yo nos conocimos en la primavera del año 1974, ella tenía 15 años, yo 21. Nuestros padres eran socios, tenían juntos una empresa metalúrgica y por ese motivo, mis padres y yo íbamos muy seguido a la casa de Anabel. Mientras los mayores arreglaban negocios, nosotros nos escabullíamos al jardín, nos sentábamos cerca del manzano y mirábamos al cielo, hablábamos de los misterios de la vida, nos contábamos nuestros secretos más profundos y nos besábamos hasta quedarnos sin aire. Hacia el final de la visita, ella cogía de su manzano la fruta más fresca y me la regalaba. Estábamos muy enamorados, de una manera intensa y frenética, de la misma manera en la que dos adolescentes se enamoran por primera vez, como si no tuvieran nada que perder.
Anabel lo era todo para mí, me pasaba las noches desvelado pensando en ella, en la forma en que su cabello oscuro caía por sus hombros como una llovizna, en sus delgadas y largas piernas, un su piel tan suave como la seda y tan blanca como la nieve, en sus ojos negros y mirada inocente, en todo, cada partícula de ella. Y cuando por fin lograba dormir, los sueños que venían a mi eran tan dulces como ella, llenos de su esencia.
Los siguientes 3 meses fueron muy felices pero esa felicidad pronto se derrumbó cuando en el verano de 1975 me enteré que Anabel había muerto en un accidente. Esto dejó en mí una herida tan profunda que me perseguiría hasta el fin de mis días.
Incluso ahora, 20 años después del hecho, mi corazón aún da un vuelco cada vez que veo una manzana tan roja como las que ella solía darme, reviviendo mis miedos y penas de esa herida no curada. Y una vez más vuelve hacia mí el recuerdo. La manzana, mi fruta prohibida, mi Anabel.





1 comentario:

  1. Clara: si bien no hay conflicto ni tensión y los hechos se presentan de manera que resultan muy previsibles, escribís un muy buen texto, con algunas imágenes muy bonitas y sensibles.
    Creo que entre el narrador y Anabel debería acortarse la diferencia de edad. Los 21 simbolizan la entrada a la adultez, el fin de la adolescencia. En 1975 la adolescencia, además, duraba mucho menos que en la actualidad.
    ¡Muy buen trabajo!
    Nota: 8

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