viernes, 15 de mayo de 2015

Trabajo individual de Emilia Saidón

Quizá

Me quedé inmóvil mirándola a los ojos. En sus pupilas, yo. Horrendo. La cara pálida, ojeras hasta la comisura de los labios, lagañas por todos lados, el pelo revuelto. Desaliñado totalmente. No se atrevió a decir palabra, simplemente calló.
Titubeé unos instantes, creyendo que iba a lograr comunicarme pero eso nunca sucedió. Por el contrario, mis piernas comenzaron a temblar y me desestabilicé. Aproveché el tropiezo para continuar camino.
 Quería desaparecer, esfumarme, salir volando quizá. ¡Qué bello animal, el pájaro! Poder ir donde quieras, cuando quieras. Sentir el viento y disfrutar los rayos del sol. Ese astro, un elemento fundamental para la vida. Nos brinda calor en días fríos, nos ilumina durante el día y permite la increíble luz de la luna por la noche. A mi parecer, el mejor momento; la noche. Todo en oscuridad. Solo simples luces intentando resaltar en la penumbra. Momento en que los grandes felinos salen al acecho. Mi gata lo hacía. Un día la espié desde la ventana de mi cuarto. Estaba parada, observando el terreno, buscando algo que cazar. Se escuchó un ruido. Ese pequeño insecto amarronado que intenta volar. El felino la miró fijamente y saltó sobre ella, tomándola con sus afilados dientes. La dejó en el suelo, agonizaba.
 Feliz por la captura de su presa, volvió a su posición inicial, comenzando otra vez el círculo. Esa forma que se genera de manera perfecta cuando empiezan a girar los pedales de la bicicleta. Otro elemento esencial  en mi vida. Con ella, todo es más simple. Con solo subirme, me transporto a otro mundo, a un universo paralelo.
El viento en la cara siempre ayuda. Deja que el cabello se libere y haga su propia danza en el aire. Me recuerda al mar. Mis vacaciones en la playa. Caminatas lentas hacia el agua revoltosa, tocando la arena húmeda con mis pies descalzos ¡AH, qué sensación placentera! Similar a correr por el pasto mullido. La casa de mi abuela, su gran jardín lleno de frutales que emanaban una mezcla de olores. Una ensalada de frutas en la nariz. Manzana, mandarina, ciruela, naranja… Ay… las cáscaras de este cítrico. Espirales secas, tiras finas desplegadas en la mesa de madera para, luego, introducirlas en esa infusión tan característica. El mate. Ritual de grandes y pequeños grupos. Para uno o para otro. El compartir, ese es el gustito especial. Al igual que una comida. El cocinar para los demás. Ese momento en donde toda la dedicación está para ese otro o quizá, otra.
Así empezó todo, en una cena en mi casa. Ella vino a la hora acordada. Ni un minuto antes ni uno después. Había preparado una pasta rellena. Ambos somos de familias italianas, era perfecto para la ocasión, no podía fallar. La 
invité a sentarse en la mesa. Me acomodé a su lado. La conversación fue corta. Mujer de pocas palabras, un poco reservada. Me apresuré en acordar el próximo encuentro. Algo me sedujo en ella. Tal vez su largo cabello cobrizo, siempre acompañado de un sombrero rojo o su tapado negro hasta las rodillas. Su misterio quizá. No lo sé. Lo único de lo que estoy seguro es de su mirada. La misma que me dejó inmóvil. Me dejaba ver hasta lo imposible. El espacio y sus alrededores, el centro de la Tierra y las profundidades. Todo, en sus ojos.


1 comentario:

  1. Emilia: entre el primer y último párrafo una larga y hermosa digresión que pinta al personaje y le da encarnadura a su voz y su mirada. Bellas imágenes que conmueven por su ternura y por su ritmo de ruedas inquietas. Sin embargo, hay algo que se escapa de y en la historia de amor. No estoy del todo segura pero creo que solo es cuestión de omitir "Así empezó todo, en una cena en mi casa".
    Rever tiempos verbales y construcción de párrafos.
    ¡Muy buen trabajo!
    Nota: 8

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