Existencia
Vera nunca logro habituarse a la existencia del
mundo, sobre todo a la de ella. Sentía que la realidad era irreal, que las
palabras eran solo sonidos desprovistos de sentidos, que las casas, el cielo,
no eran más que fachadas de la nada. Que las personas se movían
automáticamente, sin motivo. Y que todo, ella incluso, estaba amenazado por un
derrumbe inminente, silencioso, en un abismo, mas allá del día y de la noche.
Estas ideas y sensaciones se intensificaban, y cada vez más se aposentaban en
la cabeza de Vera.
Vera tenia un inmenso mundo interior, pero,
aunque quisiera, muchas veces se le hacía imposible poder abrirse y contar lo
que pensaba, pasarlo a solo palabras era demasiado complejo para ella, eso la
desesperaba.
Cuando estaba con sus amigos o su familia,
sentía que no estaba realmente, se sentía como una observadora, sus constantes
pensamientos, ya vueltos involuntarios, no la dejaban conectarse con ellos ni
con el mundo exterior. Sentía que todo parecía valorizarse.
No paraba de cuestionarse sobre la existencia y
el significado del mundo y de todo lo que veía, hasta incluso de lo que no,
porque no todo lo que existe es posible verlo con los ojos. Quería encontrarle un
significado a la existencia. Le desesperaba no saber cómo, por que y para que
estaba en este mundo. Pero tampoco creía en ninguna religión que la dejase un
poco más tranquila.
Comenzaba a sentir que estaba viviendo en dos
mundos paralelos. No podía controlar su cabeza, no dejaba de preguntarse y
tratar de contestarse. Estaba entrando en una sensación cada vez mayor de
vacío. En la cual estaba perdida en un mundo vacío y sin sentido, en el que se
sentía “arrojada”.
Vera tenia 17 años y vivía en Buenos Aires,
Capital Federal.
Esta manipulación de su propia mente sobre
ella, no la dejaba vivir su vida cotidiana. Era insoportable, quería estar en
paz, pero no podía, su cabeza seguía cuestionándose y cuestionándose.
Entonces decidió irse, creía que estando un
tiempo sola podría controlar lo que le estaba pasando. Se fue a la casa de su tía,
Claudia, que vivía en un campo en Córdoba. No tenían mucha relación, pero Vera
necesitaba irse lejos.
Irse a un lugar tan silencioso al final no la
ayudo como ella creía, sino todo lo contrario, sus pensamientos los escuchaba
cada vez mas fuerte, eran como una voz interior que le comía la cabeza. Se
estaba volviendo loca, no soportaba mas vivir así.
Así que una fría mañana se levanto, fue a la
cocina, y desde la ventana vio un tronco con una hacha clavada, se quedo inmóvil
mirándola fijo y fue directamente hacia ella. La saco del tronco y se la
traspaso por el cuello.
No hubo ni una gota de sangre, parecía que su
cuerpo y su cabeza ya estaban separados.
Vera se
corto la cabeza con la ilusión tener paz, silencio, de no sentir esa sensación desagradable
de vacío, de desesperación por no entender la existencia y su significado. Pero
lamentable no pudo lograr lo que quería. Ella ya no era un cuerpo humano
entero, sino una cabeza. Su cabeza y su mente seguían
viviendo.
Valentina: construís un texto claro y bien escrito, que, sin embargo, se desluce con un desenlace que resulta inverosímil: imposible volver el hacha sobre el propio cuello. Además, no construís una nueva lógica que le permita al lector aceptar con naturalidad la ruptura con lo racional que supone que, aun decapitada, siga viva.
ResponderEliminar"Sentía que todo parecía valorizarse": esta oración resulta incomprensible.
Rever uso de alguna preposición y construcción de párrafos.
Nota: 7