Los pájaros de Clara
Clara podía volar. No físicamente, sino que su imaginación la trasladaba a mundos en los que se perdía y encontraba constantemente. Esos mundos eran su cuna y la arropaban de la cruda realidad que se vivía en el planeta tierra. Algo que también le generaba agrado eran los pájaros negros. Parecían intensos, se distinguían en el cielo, volaban alto, al igual que su cabeza.
Sus mundos imaginarios eran tres: Lotus, Margienta y Varcracia. El último era su favorito. No eran lugares que a simple vista parecieran perfectos, ni limpios, ni sucios, ni alegres, ni tristes. Eran perfectos para ella, porque allí habitaban millones de pájaros negros. En sus días tristes se le filtraba algún que otro pájaro blanco, pero que rápidamente, la bandadas de color obscuro, lo hacía desaparecer. Estas aves tenían algo especial. Cantaban. Cantaban las canciones que le alegraban el alma y le hacían sentir gusto a café mezclado con tabaco, habitual a todas sus mañanas. Lógico, pues ella les enseñaba cada canción que le gustaba, en canon y a la par. Ellos recitaban las melodías como una casetera.
Volvió a la tierra, enlazó las correas de sus perros y salió al parque. Al llegar, no fueron los pájaros negros quienes robaron su atención, sino un muchacho sentado debajo de un árbol, rodeado de pájaros blancos. Se asustó. Pero sus ojos no podían apartar la vista de tan hermoso, luminoso y tibio ser.
Sin olvidarse de este desconocido volvió a su casa y decidió volar hasta Margienta. Allí vio que todos los pájaros habían enmudecido. Pasó por Lotus y lo mismo. Sin perder la esperanza viajó hasta Varcracia y tristemente, allí no había ruido. No comprendía si los pájaros se habían aburrido de recitar lo mismo o si ella debía cambiar de canciones. Caminó por las calles de su mente y en ellas se topó con un ave blanca. Luego con veinte. Cien. Mil. Todas blancas. No cantaban sus melodías, sino otras. Le dijeron que debía irse con ellas, que allí sonarían rocanroles que le iban a impregnar el alma de alegría. Se dejó convencer. Y cuando llegó a ese lugar misterioso, lleno de plumas blancas, sonó una canción. Era rara, le atraía. Los pájaros a los que solía ahuyentar cuando volaban por sus tierras, parecían familiares. Lo especial de esta canción era que, por vez primera, algo ajeno le hacía sentir un estado de plenitud. Abandonó ese lugar y, cálidamente, volvió a la tierra.
A la semana siguiente fue al parque. Con su guitarra se sentó bajo un ombú plagado de aves negras, que producían una sombra espectacular.
Tocó sus canciones durante horas: rock, blues, jazz. Hasta que ese muchacho, que había robado su atención, llegó y se sentó a su lado. Platicaron y allí se dieron cuenta que ambos amaban a esos seres alados. Ella a los negros y él a los blancos. Los dos también tenían sus mundos especiales.
Se pusieron a tocar con libertad sus instrumentos, hasta que una melodía empezó a encajar a la perfección. Era ESE el sonido que había escuchado provenir de los pájaros blancos, eso que cautivó la atención de la muchacha. Era lo que el chico le había dejado en su mente. Vibraron las cuerdas tanto y tanto que los pájaros blancos y negros de la plaza, que parecían enemistados, comenzaron a volar juntos y a cantar una suave melodía. Anochecía y ellos seguían tocando. Los pájaros no dormían. Esas vívidas notas hacían que el sol quisiera seguir brillando. Era perfecto, era todo hermoso. Se fusionaron el blanco y el negro, creando un arco de colores. Los dos volaron tanto que llegaron a un lugar en el que los pajaros revoloteaban a la par, se habían enamorado tan perdidamente uno del otro, que lograron que los opuestos se complementasen.
-Agustina C. Montañez-
Agustina: Escribís un buen texto, aunque muy pronto se prevé qué va a pasar y no logra conmover. Quizá con mayor elaboración del discurso y con la inclusión de algunos recursos, podrías involucrar sensiblemente al lector y comprometerlo con estos personajes difíciles de ver.
ResponderEliminarRever construcción de párrafos y algunos tiempos verbales.
Nota: 7